Revolotean las manos de risa nerviosa sobre las palabras, y una sonrisa deja escapar un entrecotado aliento una vez más.
Qué decir si esa mirada me ha sellado los labios de nuevo.
Sólo puedo seguir recorriendo pasillos lingüísticos laberínticos sin rumbo fijo ni destino, para llegar a un único punto.
Punto que bien podría haberse resumido en un gesto tan antiguo como el corazón del hombre.
Qué voy a decir si esos labios han hecho caer las persianas.
Pero estas palomas blancas siguen agitando el aire a mi alrededor,
y no se topan con nada, porque estoy sola en este parque lleno de cosas raras.
Cosas raras como gente.
Gente como muñecos.
Muñecos sin ojos y sin palabra, sin trascendencia alguna.
Sólo yo, al fin y al cabo. Sólo yo en esta habitación.
Pero qué decir si esa risa ha metido en una caja de música el corazón.
Y le ha dado cuerda.
Abrirla sería más apropiado, y dejar que suene.
Correcto, correcto, correcto.
Pero me dan tanto asco las esas palabras abanderadas por tantas cuencas de ojos profundas y negras.
Apenas sé qué digo.
Ni siquiera sé escribir.
Ni siquiera sé hablar.
Qué puedo decir si ese corazón ha abierto una destartalada caja de música descolorida.
Pero si ni siquiera sé reír.
Pero lloro.
Al menos eso creo.
Y me falta cierta cama bajo la silueta, me falta cierta almohada en el perfume.
Porque me amo, porque curvas infinitas me hacen apretar el pie en el acelerador cuando conduzco por el espejo
que me mira con mis propios ojos.
Me habla con mi propia voz.
Porque me cuenta mi propia historia, y mi propia Historia.
Y eso es algo tan fabuloso.
Pero qué voy a decir si la ropa de anoche esta tirada bajo la cama, y esta mañana ni siquiera sé abrir los ojos.
Autora: Sara Calzada
martes, 14 de abril de 2009
Relato Corto/Texto sin título
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